Hace
ya años que se están implantando poco a poco las pautas,
recomendaciones y obligaciones que establecen las directrices Basilea
II y III en el sistema bancario. Esta reorientación nace de la
necesidad de cambio marcada en gran parte por la reciente situación
económica global y que vio acelerado su proceso tras la crisis de
las hipotecas “subprime”
y los activos tóxicos que provocaron la revisión de Basilea II.
Tras estos cambios en las
reglas del juego para los bancos, ¿cuáles son sus verdaderos retos
y principales dificultades?
En
primer lugar deben reducir sus costes y reorientar sus objetivos
hacia el aumento de la rentabilidad y el volumen de negocio. Y muy
relacionada con esta primera premisa está el hecho de que se deben
ofrecer servicios más personalizados, simples y claros para los
clientes, adaptándose mejor a cada situación para reducir con ello
posibles riesgos asociados.
Con
los acuerdos de Basilea II y III se introduce también la base hacia
una regulación común europea del sector financiero a través de la
supervisión de los grandes bancos. Si bien es tan solo una primera
aproximación que, pese a que todavía no ha llegado a implantarse
tras constantes retrasos, se antoja insuficiente.
Pero
ante todo, el nuevo marco bancario exige la reducción del riesgo a
todos los niveles. Por una parte los bancos están disminuyendo la
volatilidad de sus acciones y asegurando la liquidez de sus activos.
Otra vía a controlar es la del riesgo asociado al día a día,
fallos operativos de origen humano o de una mala planificación del
modelo utilizado. Finalmente también incluimos como factor de riesgo
evidente las distintas líneas de crédito, que desde Basilea II
deberán tener un control mucho mayor para no revivir situaciones
como las acaecidas en el pasado lustro.
¿Cómo
controlan los bancos el riesgo?
Parecería
una respuesta banal, pero aplicando criterios de prudencia basados en
un correcto análisis de la coyuntura económica y de los ingentes
datos de que disponen los bancos.
La
clave en todo este proceso estará en la correcta gestión y
manipulación de los datos asociados a cada cliente y operación. El
verdadero reto en todo ello radica por lo tanto en el gobierno de los
datos y la forma en que fluyen entre los empleados y posiciones
encargadas de la toma de decisiones referentes al crédito u
operaciones de riesgo.
Y
es que, por poner un ejemplo, sin una buena implementación de la
gestión de datos, un auditor externo es incapaz de determinar la
procedencia y trazabilidad de según qué datos.
“En
otras ocasiones, también nos encontramos con datos incompletos o
erróneos de clientes u operaciones, siendo esto una fuente de
ineficiencia a la hora de tomar decisiones crediticias”
Las
imposiciones y reajustes de basilea
ii y basilea iii son muchas, acrecentando la necesidad de tratar
los datos de una forma mucho más potente y perfeccionista. Así que
el sector bancario necesita datos, sí, pero sobre todo necesita que
sean pertinentes, correctos y que sean capaces de modelarlos y
filtrarlos de forma óptima para que todas las decisiones
corporativas estén tomadas sobre la base esencial de la reducción
drástica del riesgo.